Las aventuras de unos físicos latinoamericanos en la Rusia del siglo XXI.

Río Volga, Dubna, Rusia 2003. Crédito de la foto: Alexandra De Castro
Atardece sobre el Volga. La humedad es casi insoportable, la brisa es tan suave que no logra secar la piel. Fijo la mirada en el cielo mientras termino mi Baltika Ciem. Los colores son hermosos: son las 11 y algo pm. No logro hacer que me guste el Belamarkanal que compró Leo, a él le encanta hacer esos chistes malos. Le pido un Marlboro a un amigo. Subo a mi habitación en el hotel [Dubna], tengo demasiado sueño como para repasar las clases de la tarde. Casi nunca lo hago. Tomo apuntes pero raramente los reviso. La única vez que se me ocurrió subir temprano para estudiar, un comando de policías llegó con armas largas al bar de enfrente buscando unos dealers de drogas. Oh dear!, me dio mucha rabia perderme el episodio y tener que conformarme con los cuentos de mis amigos.
En el cuarto hay un pequeño radio con un solo botón: el volumen. Lo bajo todo lo que puedo, pero la música sigue allí, como un murmullo. Todas las habitaciones tienen uno. ¡Cómo nos hemos burlado del aparatico! Recordamos la novela 1984 y decimos en voz alta, antes de reírnos: “él no puede apagarlo”. Al día siguiente, bajamos todos a desayunar: avena en atol con una cucharada de mantequilla que se va derritiendo poco a poco. Abro los ojos un poco… intentando no mirar con desprecio; total, el desayuno es gratis para los estudiantes e investigadores junior.
Salimos en patota hacia el instituto, hay que caminar unas 6 cuadras. Es el 2003, pero aún no existe el transporte público en este lugar de importancia estratégica para Rusia. Cruzamos las vías del tren—sin barras, luces, señales o anuncios. Simplemente hay que mirar para ambos lados. Nos gusta dejar una moneda en los rieles y recogerla aplastada a la vuelta, los kopeyki no valen mucho.
En la entrada del instituto hay unos guardias uniformados con mala cara, nos revisan los morrales y los pasan por la máquina de rayos X. ¿Sabes? es un asunto militar: hay un reactor nuclear. Entramos. Hay madera, alfombras y cortinas por todos lados. Los techos son altos, el edificio es oscuro y viejo. Se ve más viejo por dentro que por fuera. Una foto inmensa del gran físico ruso Bogoliubov nos recibe en la entrada. Subimos a las aulas y comienzan las clases.
Me concentro para perderme en la imaginación de las matemáticas. Los símbolos danzan en la pizarra. Nuevas estructuras geométricas florecen, intento que tengan sentido. Los americanos son conceptuales. En cambio, a los rusos les encantan los cálculos. Los pizarrones son modernos como los que disfruté en Alemania, pero no funcionan como deberían: se quedan atascados a la mitad y no te dejan ver todo lo escrito. Critico, “estos rusos…”. Aprovecho una pausa para ir al baño. No hay papel higiénico, en vez de eso, hay una pequeña cesta a la mano con recortes de artículos científicos viejos. Pienso lo obvio: “hay que leerlos antes de usarlos”. Es un episodio que recordaría luego al comenzar la escasez de papel higiénico en mi país (Venezuela).
Vamos a almorzar. El primer día nos llevaron al comedor estudiantil, pero la comida es poca y no muy buena. Ese mismo día decidimos no volver. Nos llamó la atención el jugo: tienía un objeto flotando, “¿qué será esa vaina?”. Hicimos apuestas. Uno de nosotros sugirió que era un champiñón; fue tan gracioso que terminó siendo la teoría más aceptada. Más adelante, un estudiante local nos aclararía que era un durazno en conserva ¡Vaya aguafiestas! Con el tiempo, nuestro lugar favorito para almorzar sería “El Club Científico”, local que ya no existiría para cuando volvimos en el 2005. Nos rompió el corazón no encontrarlo.
La gastronomía rusa puede ser muy interesante, solo hay que saber buscar. En la primera cena en el hotel, con mi precario mapa mental al cirílico, logré identificar: “S t r o g o n o f”. Con el tiempo y mis viajes rutinarios, toda una gastronomía me sería revelada. Mis favoritas llegaron a ser las “Palmeni”, que son como una especie de Ravioli fritos en salsa de mantequilla con perejil y/o eneldo (el eneldo se lo ponen a todo). Ese plato lo descubrí en una fuente de soda que había dentro de un banco en Saint Petersburgo. Sí, como lees, dentro de un banco. Quedaba en un segundo piso en un balcón que daba al área de servicios bancarios. Éramos como espectadores en un teatro y los actores eran los clientes haciendo sus transacciones en la caja mientras nosotros almorzábamos; totalmente surreal. El otro plato que recomendaría ampliamente es la “Zarkoi”. Hermosamente presentado en una vasija de barro con su tapa, es un guiso que tiene carne de res, papas y champiñones con eneldo, siempre eneldo.

Banco/bar San Petersburgo
Conocer lugares maravillosos en el marco de eventos científicos es casi un deber que los físicos nos tomamos muy en serio, así que pasamos varios días en Moscú y San Petersburgo. Lo más difícil en Rusia es la comunicación, casi nadie habla inglés y la gente usa muy poco lenguaje corporal, de hecho pasamos varios verdaderos sustos por el “lost in translation“. Sustos que bien valen la pena por visitar esas ciudades tan exquisitas, interesantes y encantadoras. Podría escribir todo un artículo solo sobre San Petersburgo, mi favorita. La diversidad cultural en las calles que bordean el Neva, el imponente Hermitage, los monumentos, el peso de su historia. Es una de los pocas ciudades en el planeta que se te ocurriría atravesar en metro para visitar un cementerio ¿Suena disparatado, verdad? no tanto si las tumbas dicen: Korzakov, Tchaikowky, Dostoiesky, Muzorsky, Stravinsky, Euler, Tolstoi, entre otros.

San Petersburgo

Korsakov

Stravinsky

Tchaikovsky

Tolstoi

Euler
Siendo comunicadora de la ciencia, el ejercicio obvio para mi es intentar explicarte el trabajo que hice con los científicos rusos. Estudiamos estructuras matemáticas interesantes para el tratamiento de fenómenos físicos apreciables a escalas subatómicas. El físico teórico explora o crea métodos matemáticos que le permiten describir la naturaleza. En mi colaboración con los rusos, por ejemplo, utilizamos un producto sobre un espacio de números que no es conmutativo. ¿Qué significa eso? Veamos un ejemplo sencillo. Imagina a los números enteros y define la multiplicación (*) como la conociste en primaria. Sabes que ese producto, definido sobre esos números, es conmutativo: X* Y = Y*X, donde X y Y son dos números enteros cualquiera. Por ejemplo 3*5 es lo mismo que 5*3. Ahora imagina un conjunto de números y un producto sin esa propiedad. Formalmente esos números se llaman “variables de Grassmann” y se pueden representar con matrices. Entonces nuestras funciones y ecuaciones ahora dependen de ellas. Echamos a volar la creatividad e imaginamos que las coordenadas del espacio tiempo admiten estas variables. La motivación para el tratamiento de la física con esas estructuras es describir una predicción teórica, de la cual aún no se tiene evidencia experimental, que es muy elegante y resuelve algunos problemas actuales de la física del microcosmos. Se trata de la “supersimetría“, tema para futura entrega de este blog ((A petición de amigos, comparto los enlaces a los eventos y artículos. En el 2003, una escuela y un workshop. Similar en el 2005, escuela y workshop. Artículos: aquí, aquí y aquí . (Prepublicaciones en repositorio de libre acceso aquí y aquí) )).
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