Gustavo Arce estaba en la cocina cuando cayó la primera bomba. El estruendo dio paso al silencio. En el pueblo ya se habían enterado por la radio del avance de las tropas. Para Gustavo Arce, la guerra era algo que ocurría en los campos de batalla o ciudades importantes. Según su teoría, que comunicaba a su esposa, a los pueblos nunca llegaban las guerras.
Los Arce vivían en una casita de ladrillos mal pintada de blanco. El techo era de teja con soporte de madera. No tenían hijos, pero con frecuencia cuidaban a sus sobrinos, pues la hermana de Gustavo, madre soltera, no tenía con quien dejarlos cuando salía a trabajar.
Justo ese día había llegado la carne al mercado; tenían semanas sin verla y la señora Arce se permitió el lujo. Pensó que no volvería a conseguirla en mucho tiempo. No se imaginó que sería el último lujo. Ese día no quedó nadie vivo en el pueblo.
Los aviones comenzaron a llegar después del desayuno. Gustavo Arce volvió en sí después del estruendo de la bomba y todavía con el café en la mano salió angustiado de la cocina en busca de su esposa, que acababa de llegar del mercado. La miró con ojos lánguidos y rompió el silencio.
—¿Crees que es un temblor o una explosión? Puede ser la nueva construcción…
—¿No escuchas los aviones? No es un desfile, nos llegó la hora.
Gustavo Arce no quería verse nervioso, pero lo estaba:
—Deja el drama. ¿Dónde están los niños?
—Juegan en la calle. Voy a pedirles que entren. ¿Qué será más seguro en estos casos?
—No sé. Mi tío Hernán me habló de las batallas en las que peleó, allí tenían donde esconderse.
—Entonces, rezar, ¿no?
—Sí, pero sin mirar por la ventana.esto no es un cuento
Publicado primero en el colectivo “Esto no es un cuento” de Medium.
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