La antena

Esa tarde, dudosos de cómo terminaría el día, caminamos juntos por la vereda empinada hacia “La antena”. Jadeamos, sudamos, comentamos cosas irrelevantes, tal vez hablamos de algo técnico de trabajo. Ambos nerviosos, rozando nuestras manos. Llegamos casi a la cima de la montaña y nos sentamos. Estábamos muy cansados. Conversamos poco, nuestros ojos esquivos sabían lo que queríamos, pero no se atrevían a mirar. Propuse bajar, pero tú propusiste subir un poco más.
Unos pocos metros más arriba, allí escondido entre los árboles, estaba ese tronco que sirvió de silla para nuestro primer beso. Estaba claro que no había vuelta atrás. Nos enamoramos más allá de lo que podíamos y fue tan fuerte que decidimos conquistar nuestro futuro. Nos invadió una mezcla de incertidumbre y deseo, “¿le habrá gustado tanto como a mí?, ¿qué estamos haciendo?” Nos levantamos, nos abrazamos fuerte. Otro beso. Dijiste: “¡Vámonos a Mérida!” Claro, a Mérida pensábamos ir, pero no estaba planeado hacerlo juntos. Era la excusa perfecta. Quedamos en algo, Mérida era algo, pero nada concreto. Seguimos en nuestro papel de compañeros de clase, quedamos en encontrarnos para estudiar.
Un incidente afortunado me dejó atrapada sin cenar en la universidad para darte el chance de rescatarme. Mérida prometía aún más ahora. En silencio y en la oscuridad fuimos creciendo, nos atrevimos y menos mal que nos atrevimos. Yo nunca había estado tan enamorada y creo que nunca lo estaré más que aquella vez.

Share your thoughts

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.