Aún recuerdo el día que tomamos esas fotos. Yo tenía que terminar una tarea que era un portafolios de autorretratos y tú te ofreciste a ayudarme. “Nos quedamos esta noche y hacemos tus fotos”, dijiste. Nos deslizamos poco a poco en la vida nocturna de la universidad, ya bien conocida por nosotros. Pululaban los nerds habituales con sus ojos de búho. El café añejado, las máquinas de chucherías y las luces de las salas de lectura encendidas casi toda la noche, eran parte del escenario.
Ese día, tenía una cámara Nikon reflex prestada, y en ella un rollo blanco y negro ASA 400; el de los granos grandes y los contrastes fuertes. Aunque ya existían las cámaras digitales, no tenía dinero para comprarme una, y todavía no eran muy frecuentes. Tú tenías algo en mente, no improvisaste. Me dijiste: tengo la llave de la sala de seminarios, vamos a usar los equipos. Entramos y cerramos la puerta cuidadosamente intentando no hacer ruido. Dos estudiantes solos en ese espacio destinado a la labor docente y lleno de equipos valiosos, definitivamente no debíamos estar allí a esa hora.
Acomodaste los equipos de proyección detrás de mí para hacer una sombra que marcara sólo mi silueta. Hicimos una primera prueba. La luz del proyector se colaba por las hebras de mi cabello. La lámpara se sentía caliente en mi espalda, me hacía sudar y mi piel se veía brillante. “No, quítate el suéter”, me quité el suéter para otra prueba. “Mmm ese vestido no me deja ver, quítate el vestido”. Ese día tenia puesto un vestido de Blue Jean cortito que más bien parecía una braga de obrero. Me quité el vestido. Tenía debajo una blusita blanca, casi transparente, casi de ropa interior ceñida a mi cuerpo, no llevaba sostén. Mis senos se veían bellos, redondos sobre mi torso delgado. “Perfecto, esta hay que tomarla de perfil”, dijiste, mientras me mirabas inquieto, nervioso, un poco fuera de concentración.
Siempre detrás del trípode, tu cara se inclinaba detrás de la cámara para mirarme a través del lente. Te asomabas tímido de vez en cuando para darme indicaciones. Sabía que estabas afectado, pero yo sólo pensaba en mi tarea, en el momento artístico, en los puntos que sacaría por esas fotos en mi portafolios.
Tomaste varias fotos lentamente, hablamos, echamos chistes imaginando que pasaría si entraba un profesor, reímos, me hiciste posar de distintas formas hasta que se terminó el rollo. “Vámonos de aquí antes que descubran que abrimos la sala de seminarios”, dije. Devolviste todos los equipos a su puesto. Yo empecé a vestirme. Tu mirada era traviesa y aguda, fue un momento tenso pero delicioso, abrazamos la confianza y la llevamos al límite sin echar a perder nuestra amistad.
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