La tierra era roja oscura por su contenido de hierro, la vegetación poco densa en árboles, muchos de ellos florecían amarillos en épocas lluviosas, parecían combinar con el monte verde intenso como en un cuadro de van Gogh. Un paseo largo por ese lugar prehistórico desnudaba rocas enormes como colocadas cuidadosamente allí por un gigante. Con formas caprichosas, la mayoría tenían nombre: la piedra del elefante, la piedra del perro, la piedra del zamuro…
Todos recuerdos de infancia, siempre lejanos, borrosos, deformes. Podré intentar rellenar mis historias con un poco de imaginación, pero cómo olvidar esos sonidos, colores, formas, olores, constantes, que aunque milenarios terminaban casi integrados a nuestros cuerpos. Hombres y maquinas, niños y jungla, diques y megavatios. Aunque hace muchos años ya que no vivo en ese lugar, cada vez que me viene a la mente pienso que es mío y yo suya.
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