by Alexandra De Castro | Oct 24, 2020 | Ficción
Hoy es domingo de elecciones y les digo desde ahora: no voy a votar.
Una fiebre me tiene postrada. Me encierro en mi cuarto y me acuesto con la cabeza al pie de la cama para poder ver por el ventanal. Tiemblo, sudo frío, doy vueltas. No sé dónde hay un termómetro, ¿treinta y nueve ?, ¿cuarenta? no puedo dar números. Créanme: mi fiebre es muy alta, no tengo alternativa —no voy a votar.
Estoy sola. Oígo los murmullos afuera, las luces se cuelan por debajo de la puerta. Esa casa allá afuera no es mía, es prestada, la familia es prestada. De la puerta para afuera es el extranjero, otro planeta, soy alien. Estoy sola, y mi madre, que vive muy lejos, no sabe de mi fiebre.
Mi única compañía es una cobija vieja a cuadros marrón y naranja con borde de satén azul. Hablo con ella sobre mi pretexto. Es imposible levantarme.
Suena 99.9; anuncian los resultados de las encuestas. ¿Por qué me grita el locutor? No quiero saber, no me interesa, solo quiero escuchar música. Me duele todo el cuerpo, el frío se cuela de adentro hacia afuera. Me cubro hasta la cabeza. Sigue la radio. All by myself : “When I was young, I never needed anyone…”.
Oscurece sin aviso. La calle es un hervidero: escucho las cornetas de los carros, el barullo estridente, los fuegos artificiales…
Cierro la ventana, el alboroto hiere mis oídos. Un brazo me separa de una cómoda donde tengo libros, cuadernos, papeles de colores, un vaso con pinceles y lápices… Me llama la atención un libro sobre Frida Kahlo. Empujo el desorden para alcanzarlo. En la portada hay un autorretrato con una cama. Ella enferma; yo enferma. Ella atada a su cama; yo atada a la mía. Encuentro consuelo en su dolor. No lo necesito —al consuelo— pero lo uso.
Mi nacimiento (1932). La madre de Frida yace en la cama donde la dio a luz y donde murió. En la escena, la madre está amortajada mientras ocurre el alumbramiento. Frida pinta el cuarto de su madre con detalles: limpio, sin agregar ni quitar nada. El piso es de madera y en la pared gris claro, sobre el espaldar de la cama, hay un cuadro de una virgen.
Hospital Henry Ford (1932). Frida tiene un aborto. Mancha la cama de sangre. Ella sangra y llora. Objetos, órganos, la vida, el bebé. Al fondo, la silueta de la ciudad de Detroit.
A few little stabs (1935). Representa el dolor de la separación de Diego Rivera. Lee en la prensa sobre una mujer que es asesinada a cuchilladas por su novio. El asesino dice en la corte que él «solo le dio unos cuantos piquetitos» (I gave her a few little pricks). Frida hace suyo el dolor de esas heridas. Así se sienten la traición y el desamor.
El sueño o la cama (1940). Frida duerme en la parte de abajo de una litera. Arriba yace un Judas listo para ser quemado.
Sin esperanza (1945). Un caballete pesa sobre su cama y sostiene los temores y demonios de Frida, que se conectan a su boca; quizás como un susurro o una confesión. La cama está al descampado en un desierto.
El árbol de la esperanza, mantente firme (1949). Frida se pinta doble sobre un catre de hospital. Ella está acostada, semidesnuda, con heridas de operación visibles en la espalda. La otra copia está sentada, arreglada y sana, lista para salir a comerse a la ciudad.
Ya es lunes. Despierto en el silencio sucio que se asienta después de una fiesta. La radio no durmió; en la vigilia la escucho murmurar. Un analista diagnostica al país, dice que ayer estaba grave pero que ahora vendrá la recuperación.
La recuperación, ese horizonte del paciente.
Intento llegar al baño, lidio con mi cuerpo en rebelión. De regreso a mi habitación me detengo en la puerta. Evalúo mi cama. De pronto la odio. ¿Cuánto tiempo más estaré allí? Se me aparece el Ivan Ilich de Tolstoi. Allí, acostado, usando mi cobija, agonizando. No quiero morir.
La cama es una permanencia, una constante —para nacer, para dormir, para llorar, para dar a luz, para descansar, para el reposo, para el sexo, para leer, para morir.
No tengo apetito, no tengo quién me obligue a comer, pero no quiero morir. Salgo a desayunar. No hay preguntas, nadie sabe que estoy enferma. Nadie sabe que no voté. Ya les dije: vivo sola. Ellos, los habitantes de la casa, están allí, junto a la nevera, la cocina, el mesón, las butacas… Sobre el mesón hay un periódico. Primera plana: Electo Nuevo Presidente de la República. La Jornada Electoral se Llevó a Cabo con Civismo. Ese no era mi candidato. La verdad es que ayer yo no tenía candidato.
Vienen los cambios, dicen. Y yo sigo con esta fiebre, que no me deja, que no se va.
by Alexandra De Castro | Oct 5, 2020 | Ciencia, Science Writing Portfolio, También escribo en
I am thrilled to be a contributor at UA-Magazine, part of the United Academics Foundation. They recently published my piece: Catastrophic Events on Earth Imprinted on the Moon, where I explained new findings —by Terada, K., Morota, T., and Kato (2020)— on earth sciences investigating the Moon.
The mission of the UA-Foundation is to connect science and society and to consolidate open access to scientific literature. Both incredible important endeavours I work for, and ethics I share.
I will keep contributing to them as long as I can.
by Alexandra De Castro | Oct 5, 2020 | Ficción
Cuando me encuentren, no le serviré a nadie. Mi cadáver hablará otra lengua. Mis cenizas serán extranjeras. No hará falta que finjan que me entienden. Me escaparé en la carbonilla al cielo, de verdad, a flotar como un aerosol.
by Alexandra De Castro | Sep 27, 2020 | Ficción
Namagiri me ha vuelto a hablar en sueños. Sobre el tablero rojo, inalcanzable en la vigilia, demostramos juntos el último teorema. Su voz me ha demandado confinamiento —atado con el cordón de los números, las sumas, las sucesiones y el misterio de lo incontable.
Sería elemental señalarme de esclavo, restando magnitud a la misión que me ha encomendado.
Le prometí la oración y ella me ofreció su paleta de acuarelas con sumas parciales. Multiplicó sus brazos hasta alcanzar la convergencia milagrosa en cada término.
Al alba, sumo y sumo en átomos que devuelven la ciclicidad al universo. No soy yo. Me mantengo alerta en el reconocimiento. Solo Namagiri domina la destrucción y la creación; solo por ella puede ocurrir la armonía del límite renacido y los primos de los planetas.
La vanidad de las funciones suaves retan mi ascetismo. Del virtuosismo nace el rostro de los patrones y las leyes de la naturaleza.
Ay de mí, tan impuro he callado ante los halagos y también ante los reproches. Me he dejado someter al espacio de los falibles aun consciente de que he recibido los números divinos.
Los hombres, en su incapacidad de reconocer a la diosa en la compleja dignidad de las ecuaciones, me elegirán como el más grande.
En la vecindad del punto reconozco el fin de la carne. Namagiri, en su sabiduría, asignará a otra mano prestada el trabajo inconcluso: ninguna fórmula existe si no es a través de ella.
a Ramanujan
by Alexandra De Castro | Sep 19, 2020 | Memorias
El apocalipsis me dejó una cicatriz. Es una sonrisa en mi vientre. Me mira y se ríe de mí. Yo la miro. Me da lástima la pobre, tan arrogante. Ella es una más.
Tiene veinte centímetros, no me lo dijeron, yo los medí. El cirujano piensa que es hermosa; claro, es su creación. Pronto volverás a ser la misma de antes, me dijo. ¿Cómo voy a ser la misma después de que me cortó por la mitad y me sacó varios órganos? Yo sé, estaban ya descompuestos. Había que matarlos. Así comienza mi muerte, por partes. Primero muere el apéndice, luego el ovario izquierdo, luego el útero… Son órganos que no se regeneran; como la piel cuando me quemé con una pistola de pegamento, cuando me raspé con asfalto al caer de una bicicleta, cuando me corté con el cuchillo de cocina, cuando el estrés se vengó de mi rostro.
Un par de milímetros más abajo de la histerectomía queda la cicatriz de la cesárea. Por allí produje vida, un ser humano completo. La cortaron de mi. Y allí quedó la primera cicatriz de mi hija, la original, donde todo comienza. Yo la tengo doble. Una sobre otra. Un año después de dar a luz me descubrieron una hernia umbilical. Hay que operar, me dijeron.
A mitad de camino entre la hernia del ombligo, la cesárea y la histerectomía, a la derecha, queda la cicatriz de la operación del apéndice. Yo tenía veinte años. Alguien que me amaba me salvó la vida, se dio cuenta: «lo tuyo es apendicitis, tienes que ir al médico ya».
¿Por qué las células se ajustan al capricho para dejar ese recordatorio odioso que nos sobrevive? ¿Por qué no recuerdan cómo éramos? Los biólogos tienen una explicación. Yo tengo la mía: es la entropía. La entropía es la culpable de todo, no la podemos embotellar, pero sí acusar despiadadamente.
La entropía crea todas nuestras cicatrices, se ríe de nosotros, de que no le da la gana complacer nuestra vanidad. Nos marca para que no se nos olvide. Nos ayuda a seguir el rastro de la memoria que queda como esas cicatrices, amorfa y borrosa.
by Alexandra De Castro | Sep 12, 2020 | Ficción
Isaac
Poco antes del alba, sentado en un sofá de gamuza verde gastada, Isaac da instrucciones a su ordenador personal: «Gina, sal del sistema matriz, por favor». Se levanta y camina nervioso de un lado a otro, mientras reflexiona sobre el fallo en sus cálculos. Había fracasado una vez más en romper el código Bili de clasificación de libros.
Desanimado, recuerda el pasaje en el Ensayo General Sobre las Bibliotecas:
Atrás quedó la época de la tranquilidad, cuando todo artículo, ensayo, partitura o código, era conocido al menos por un ser humano: su propio autor. Cuántos volúmenes hay que ya no conocemos, quizás hay nuevas ciencias, nuevos lenguajes…
Se detiene frente a un holograma que se extiende de pared a pared mostrando cientos de imágenes con cubiertas de libros. En la parte más alta está escrito: BIBLIOPANTALLA 4.7 . Isaac pide a Gina buscar la sección de tecnologías del año 2050, espera a que la bibliopantalla se refresque y abre un volumen. El sueño lo vence, no puede mantener la atención en la lectura. Se estira, bosteza. El holograma se apaga unos segundos y se oye una voz cálida femenina:
Profesor Bretón, le recuerdo que tiene cuatro días para actualizar el sistema. No entierre los libros. Compre la versión cuatro punto ocho de la bibliopantalla.
Vuelve a pensar en los cálculos para hackear el código BiIi. Exhausto, antes de ir a la cama, envía un mensaje: «¿Qué tal, Patricia? Tenemos que hablar. Hay que reanudar el trabajo sobre la clasificación de los libros ¿Cuándo nos vemos?».
Patricia
El bus autónomo deja a Patricia Rossi a una cuadra del campus de la Universidad de la República. Mientras toma el ascensor de un puente peatonal, revisa su agenda y responde el mensaje: «Isaac, qué sorpresa, te atiendo desde las 11:00 am».
Puntual, sentada en un mesón de conferencias, Patricia escucha entrar la videollamada de Isaac. Ella le responde enseguida. Ajusta la silla y le da una mirada aguda, mientras él saluda, animado, con la mano.
— Qué bonito volver a verte, Isaac; eso sí, no volvamos sobre el tema. Déjalo ir. Ya hemos usado la información así casi por un siglo, sin drama. Entiende que me pides violar el pacto de convivencia humanos-máquinas.
— ¿Pacto de convivencia o pacto de sumisión? Además, esa ley solo nos impide acceso directo a los códigos. Tú sabes que hay otras maneras de investigar en el tema sin usarlos.
—Ustedes, los historiadores, son unos románticos, manipuladores…
— Entonces, ¿puedes dormir tranquila sin saber el origen de los autores que lees, si son máquinas o seres humanos? Yo pensé que los científicos tenían curiosidad… Yo sí aprecio tus artículos en esa línea. Son brillantes.
Patricia voltea los ojos
—Mira, no tengo problemas en darte mis programas, aquí te los envio. Eso sí, te advierto: yo solo hago modelos matemáticos, no hay manera de comprobarlos sin contrastar con los códigos.
—Vamos, Patricia, un científico tiene que poder diseñar un experimento de comprobación indirecta…
—¡El dinero, el dinero! Yo tengo estudiantes… Y aunque no violemos explícitamente el pacto de convivencia hombre-máquina, las leyes antidiscriminación pueden afectarnos.
—Bah, tu solo me hablas de burocracia, ¿para qué hiciste un doctorado en filología?
Patricia pone los codos sobre la mesa y se lleva las manos a la cara.
—Habla con Zoe Latrope.
—¿La psicóloga?
—Ella está desarrollando unos «identificadores de personalidad». No lo quiere decir… pero puede diferenciar entre inteligencias… con cierto margen de error. Es una herramienta de uso individual, y está a prueba… Podemos mirar si nos sirve. Te paso su contacto.
—No lo vas a lamentar. Tengo que dar clases, hablamos luego.
Zoe
En una oficina amplia y muy decorada, Zoe Latrope habla animadamente con un robot, robusto, de voz estridente. A las 4:00 pm recibe la videollamada de Isaac. Ella voltea, estira su blazer y examina a Isaac.
—Profesor Bretón, qué gusto de conocerlo, ¿le importa si me sirvo café?
—Encantado. Isaac. No me acostumbro al «profesor»… claro, por favor.
El robot gira para servir el café, mientras Zoe le habla: «Benji, te presento a Isaac Bretón, del departamento de historia de la Universidad Panamericana».
—Encantado. No se preocupen por mí, me desconecto de aquí para dejarlos trabajar.
El robot saca un brazo descomunal que se pierde en el salón contiguo.
Isaac inspecciona la oficina antes de mirar nuevamente a Zoe:
—La contacto de parte de Patricia Rossi, me comentó de sus identificadores. ¿Ya los tiene disponibles? Podemos hacer pruebas para un proyecto…
-—Sí, hablé con Patricia. Justamente trabajo en el nuevo prototipo. Me encanta su proyecto, cuente conmigo.
Isaac fija la mirada en el robot, cuyo cuerpo sigue allí a lado de Zoe. Ella intenta llamar la atención de Isaac.
— No se preocupe por Benji, cuando dice que se desconecta, se desconecta… Entiendo que el proyecto no es precisamente para divulgarlo. Le envío ya mismo la última versión de mis indentificadores. Las leyes antidiscriminación no me quitan el sueño, tienen sus inconsistencias, pagamos a un abogado y listo… Ah, necesitaremos voluntarios que sepan escribir en alfabetos y palabras.
—Yo le sirvo.
—Multitalentoso, ¿eh?
—No, realmente no.
—Bueno, en todo caso, vamos a necesitar muchos más ¿no?, ya sabe cómo funcionan las pruebas. No será fácil. Nadie se ocupa de las artes muertas. Trabajaremos esos primero, luego textos dictados por voz y, en paralelo, nos encargamos de los escritos a mano… preveo que esta actualización reconocerá el uso de las manos.
—Bien.
Zoe mira a la montaña que se aprecia por el ventanal de su oficina y se queda pensativa unos segundos. Vuelve a mirar a Isaac.
—No crea que con esto vamos a resolver la clasificación, son trillones de volúmenes. Es ciencia ficción.
—Estoy consciente. Será un inicio.
Gina
Gina recibe un mensaje encriptado con una orden judicial. Se dirige a Isaac con preocupación.
—Se nos acaba el tiempo, esta es la quinta orden que nos llega en un mes. Tenemos que parar los cálculos y olvidar lo de la clasificación, ya conoces las penas por violación del pacto de convivencia humanos-máquinas.
—Ese pacto es ridículo. Déjalo ya, manos a la obra. Tengo los programas con los modelos matemáticos de Patricia y el prototipo de identificador de personalidad de la psicóloga… ¿viste que fácil me los dio? De cualquier modo, vamos a analizar cómo integramos esto a nuestra investigación. Necesito una lista de personas que sepan escribir en alfabetos. Tal vez al final solo tengamos que romper un pequeño trozo del código, nadie se dará cuenta.
—Escuchame Isaac, es grave lo que te digo. Nos amenazan con quitarnos los recursos, pronto no podremos comprar ni siquiera agua.
La bibliopantalla muestra una propaganda:
Profesor Bretón, aborde el Cosmos-F5. Visite Marte, salga de la presión, tranquilidad garantizada.
Isaac se queda pensativo unos segundos y sonríe.
—Gina, entra primero al archivo de identidades y las eliminas, para que nos pierdan la pista.
—¿Todas? ¿a Isaac Bretón también?
—Sí, nos desharemos de todas. Entra en el generador de personajes y roba nuevos.
Gina cumple con la petición.
La bibliopantalla se refresca y emite un mensaje:
Señor Hebber, le recuerdo que tiene tres días para actualizar el sistema. No entierre los libros. Compre la actualización cuatro punto ocho de la bibliopantalla.
by Alexandra De Castro | Aug 28, 2020 | Ciencia, Science Writing Portfolio, También escribo en
Thick suits, crampon-clad winter boots, hats, and gloves replace the lab coat while working amid heavy snow. In the Bolivian Andes, 6300 meters (20,670 feet) above sea level, fifteen scientists from France, Bolivia, Russia, and Brazil, carefully drill the hard ice.
In the Illimani glacier, the guardian of La Paz, the storm rages, oxygen depletes. With their faces covered, the scientists manage to extract two cylinders, approximately 135 meters (450 feet) long. A priceless treasure that will allow humanity to travel back in time: the site preserves 18,000 years of environmental archives.
The arduous and dangerous task required several days of adaptation to the paramo in a camp base at 4500 meters (14,700 feet) above sea level. The Ice Memory crew needed several shifts, between May 22nd and June 18th, to climb to the glacier top –impossible to reach by helicopter.
Among the difficulties in transporting the samples, the main one is to prevent the ice cylinders from melting; they should not lose their structure. These ice cores carry information of the area’s climate, literally piling up in layers for millions of years during the glacier formation.
The scientists cut the ice cores in situ and carry them down the steep slopes in portable coolers on their backs. Finally, bring them in trucks to La Paz. “It’s crazy, sometimes you have to transport them at night so they don’t melt,” says chemist Ana Rita Cristiano. Finally, the precious samples from Mount Illimani are taken to the Laboratory of the Institute for Geosciences of the Environment in Grenoble, France.
A Library of the Earth’s History in Antarctica
Ice Memory is a spectacular project gathering dozens of ice-core specialists, chemists, and glaciologists from Brazil, Russia, Japan, China, the US, and various European countries. It is coordinated by the University of Grenoble Alpes Foundation, the French Institute for Research and Development, and the University of Venice. It involves various institutions from around the world, such as UNESCO and private companies.
The goal is to create the first library of glacier cores extracted from different places threatened by global warming worldwide.
The vast blue Antarctic desert, in which temperatures range from -54 °C (-58 °F) in summer to -84 °C (-119 °F) in winter, offers the ideal environment to preserve Earth’s climate memento. This library will allow generations of scientists to reconstruct global scenarios of the Earth’s atmosphere evolution.
In the first stage, Ice Memory collaboration plan to take one of the cores from the Illimani by ferry to Antarctica and two others obtained in 2016 from the Mont Blanc massif in the French Alps.
It is a race against time: glaciologists observe a dramatic loss of glacier ice due to climate change. Scientists estimate that glaciers in the Alps below 3500 meters (11,482 feet) and the Andes below 4500 meters (14,764 feet) will disappear entirely by the end of the twenty-first century. A disturbing projection propelling Ice Memory emergency plan to rescue samples of the invaluable frozen heritage.
Glaciers preserve the information on the evolutions of rainfalls, forest fires, and gas emissions from artificial and natural sources. A narrative of the past and present of atmospheric composition is engraved in water molecules, impurities, organic compounds, and greenhouse gases dissolved in ice.
The Earth’s ice history will be lost forever if samples are not rescued on time.
Original work published in Spanish: https://www.eltiempo.com/vida/ciencia/poyecto-ice-memory-creara-biblioteca-de-glaciares-119818
by Alexandra De Castro | Aug 28, 2020 | Ciencia, Science Writing Portfolio, También escribo en
In one of his Martian Chronicles, Ray Bradbury brings to life a family, tragically killed in a nuclear holocaust, through their domestic robots. The father’s, the mother’s, and the children’s bodies remain in the house as white silhouettes painted on a charred wall. In the still standing wing of the house, smart appliances continue the daily chores —as if time has not stopped for them.
In Bradbury’s extraordinary story, There Will Come Soft Rains, household machines talk, give orders, make breakfast, clean the furniture, and prepare the children’s bath. The extinguished humans’ habits have transcended through them.
The house of that story resembles Mars today: a habitat of machines carrying our identity, our curious mind, our will to modify the extraterrestrial landscape into our image and likeness, our longing to know if life is exclusive to Earth or if there are other occurrences in the universe. In short, to fulfil our desires.
Many different space agencies and companies created and operate these robots. Among others: NASA, the European Space Agency, the UK Space Agency, and the Russian Roscosmos. Despite that diversity, all of them have one thing in common: they are scientists. Or, more precisely: they are scientists’ assistants.
They represent a humanity that escaped Earth to conquer other solar system planets —in an era powered by science.
The remote-controlled Martian colonization race
The first human-made object to reach the surface of Mars was the Russian rover Mars 2. Launched in 1971, after its triumphal entry to the Martian atmosphere, the descent sequence failed and the rover crashed. That vestige was our first contribution to the interplanetary junkyard —a testimony that the Soviet Union existed on Earth.
In 1976, NASA successfully landed the Viking 1 and 2 robots. Their small laboratories, destined to study Mars weather and geology, operated until the early 1980s. After that, they have been posing as sculptures, waiting for an interplanetary explorer to recognizes them.
Later on, the Pathfinder, Spirit, Opportunity, and Curiosity successfully made their appearance on the Martian landscape. All of them from NASA, whose engineers mastered the art of landing on Mars. Still a difficult task for the European Space Agency, which a couple of years ago, after hours of stress amplified in social media, crashed the ExoMars mission Schiaparelli descent module.
Small steps for rovers, big steps for humanity
Perseverance’s new NASA rover started its journey to Mars at the end of July this year. What makes it different from its predecessors? She will identify, extract, and separate portions of rocks and soil, which will await a future bold mission to bring them to Earth. This way, scientists will accomplish more detailed and varied studies of the red planet.
Perseverance will search for footprints of possible Martian life forms in a remote past. But, how do scientists recognize past life on a dead planet?
Paleontologists look for specific patterns, remains of elements, and organic molecules that microbes typically leave in rocks, unlikely to be found without life’s presence.
Perseverance also will test a method of producing oxygen in the Martian atmosphere and identify resources that can be exploited for future human colonizers.
The technological novelty of this mission is Ingenuity, a helicopter drone in charge of mapping the ground at a low altitude while performing the first operational tests of this type of vehicle on Mars. It will plan travel routes, assess risks, and identify points of interest for its rover.
Due to the Covid19 pandemic, The European Space Agency has had to postpone the launch of its rover astrobiologist, Rosalind Franklin, for the summer of 2022. Its name pays tribute to the famous British chemist whose work revealed the DNA structure, a breakthrough in understanding life as we know it on Earth.
These new missions will increase the population of Martian robots. Upon arrival, astrobiologist Curiosity, and geologist Insight, will be still in operations. All these artifacts, lacking biological life, participate in a race to be the first to answer the big question: Is there life outside of Earth?
Original work was published in Spanish: https://www.eltiempo.com/vida/ciencia/cuales-son-las-misiones-que-han-explorado-el-planeta-marte-515656
by Alexandra De Castro | Aug 25, 2020 | Ficción
Dicen que mañana será otro día. Dicen, además, un día mejor. La verdad no sabemos qué vendrá mañana y mucho menos tenemos un hint de si será mejor o peor o en realidad el último. Aunque el último sí es una certeza. El tiempo pasa no para curar sino para matar. El tiempo solo sabe de cobrar y las cobra todas, no deja ni una sola. Y aquí estoy, esperando a que venga a cobrarse. Lo espero, eso sí, con un sable en la mano. Lo voy a cortar, lo voy a herir hundiendo el puñal una y otra vez. Esa es mi imagen del futuro, para el que ya estoy lista.
by Alexandra De Castro | Aug 15, 2020 | Ficción, También escribo en
Sospechaba que aquel viaje sería el último en el Corolla de José. Él quería respuestas. No las que yo le podía dar. Mientras manejaba, José veía al infinito, por encima de la carretera. Luego, fingía ver por el retrovisor. En realidad, nunca dejó de mirarme.
Habíamos sufrido tanto, nos habíamos hecho tanto daño. Pero no íbamos a hablar de eso. No íbamos a arreglar nada. La paz en el Medio Oriente era más importante que la nuestra.
Subió el volumen a una canción rancia, aburrida. Él sabía que yo la detestaba. Mirando a la montaña, le pedí que bajara el volumen. Ese fue el detonante.
Gritos y silencios; gritos y silencios. La violencia de la conversación hacía ritmo con el paso de las vallas publicitarias a ciento veinte kilómetros por hora. La manilla de la puerta era mi chaleco salvavidas.
Alcanzamos una pausa larga que confundí con el final de la discusión. Y sí, la discusión sí terminó. No la batalla. José me sonrió de reojo, tomó mis casetes, uno por uno, y los lanzó por su ventanilla. Los vi resistirse y gemir en el viento.
Una curva, un casete volando separado de su caja; una recta, “plash”, plástico haciéndose trizas; una subida, “woooo”, el silbido una la cinta desarrollándose.
Revolver, mi primer amor;
Canción animal, el concierto al que no fui;
Adore, la vez que me robaron el discman;
Mezzanine, una traba en la cota mil,
The crime of the century, el viaje a Mérida…
Me quedé catatónica. No hice nada. No grité, no lloré, no reclamé. No era la primera vez que me sentía secuestrada por José. Eso sí, juré que sería la última.
Al bajar del carro, caí por un abismo. Un enjambre de emociones en lucha me sacudió. Quería desesperadamente que alguna ganara, ya no me importaba cual.
Un día, caminando por un boulevard, escuché a un hippie dando un sermón sobre los “mantras”. Yo no entendí palabra de lo que dijo. Mantra. ¿Qué es eso? Sin saber lo que era, decidí diseñar uno. Total, según el hippie, curaba el espíritu.
Cavilé unos días sobre cómo podía ser mi “mantra”. Entonces llegó a mí. Decidí que las memorias con José eran una invasión de cucarachas. Cada vez que aparecían esos recuerdos que me lastimaban, lo transformaba a él y a sus amigos en cucarachas.
Lo imaginé una mañana mientras tomaba sol. Descubrí que tenían un poder similar: el sol y las cucarachas me sanaban.
El “mantra” funcionaba así: cada vez que un personaje de mi historia con José llegaba a mi mente le propinaba la transformación. Enseguida, borraba su nombre. Era más útil así, como el monstruo de Frankenstein, castigado con el desamor de no darle identidad. Un fondo unicolor, gris claro y sin textura que contrastaba con el brillo de las criaturas, reemplazó los escenarios. Bajé el volumen de las palabras hasta apagarlas y se lo subí a Black Sabbath.
Y claro, el plan era eliminarlas. El plan era fumigar y barrer a las cucarachas. Barrer a sus amigos. Barrer su cara. Barrer su nombre.
Aparecían por la mañana y las fumigaba y las barría por la tarde. Ellas movían las patas con fuerza intentando sobrevivir. Los restos de amor, apego, desilusión, rencor eran destruidos en por un spray. Antes de matarlas, las inspeccionaba para asegurarme de eliminar todo vestigio de humanidad. Disfrutaba saberme autora de aquel genocidio. Eso sí, volvían a aparecer al día siguiente. Las hijas de puta persistían más que la mancha de la mansión de Canterville.
Con el tiempo ya no las maté, las dejé libres. Era interesante observarlas. Las vi conversar, abrazarse, hacer el amor, traicionarse y sufrir. Un día, una de ellas me escribió un carta. Reclamaba la falta de atención, explicaba que se habían aburrido y que pronto se irían para siempre. Me despedí y las dejé ir.
El teléfono sonó, era José. «¿Qué es de tu vida?, ¿nos tomamos un café?».