Llovía a cántaros. Habíamos caminado varias cuadras en subida y no queríamos mojarnos más, así que entramos. Había misa, gente cantando y rezando. Nos miramos empapados, cansados, pero recién enamorados. Decidimos entregarnos al momento, a la oración hipócrita para no pasar más frío. Sonrisas cómplices aparecían y desaparecían. Se acabó el servicio, a mojarse otra vez.

Un elefante de piedra
Era ancha y larga, casi redonda sólida en su negrura cabía toda en mis ojos de...
0 Comments