Eran más de las 9:00pm y el calor pegajoso del verano no nos abandonaba. Aburridos, pero con el vodka aún dando vueltas en la cabeza, empezamos a caminar alejándonos de la multitud. Volvimos a ser el pequeño grupo del ITP, nos dimos cuenta porque hablábamos cómodos de nuestros temas.
Encontramos un edificio en medio de la nada, empezamos a rodearlo hasta que hallamos una puerta. Entramos tímidos, curiosos, pero decididos. Subimos unas escaleras y llegamos a una fiesta de adolescentes. Pasamos, sí, arroceamos con desparpajo y nos pusimos a bailar al son del DJ. Los teenagers, regados por el piso o sentados en las ventanas, nos veían con asombro; no solo entramos sin permiso, sino que nos gozamos la fiesta. Sacamos unos cigarros, los compartimos, bailamos y bailamos. Se acabó la fiesta, apagaron la música y se fue el DJ. Volvimos. Llegamos a tiempo para agarrar el autobús que nos llevó de vuelta al hotel. Era casi media noche, pero aún había sol de día.
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